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Meditando en el perdón bíblico

Indudablemente, todas hemos tenido que pedir perdón alguna vez, y también hemos tenido que decidir si perdonar o no, las ofensas de los demás.

Donde hay un ser humano allí hay pecados, falencias y toda clase de maldad −aun si se trata de cristianos. Podríamos hacer nuestras las palabras del apóstol Pablo: “de los pecadores, yo soy el primero”, pero en la práctica nos cuesta admitirlo y vemos a las personas como más pecadoras en comparación nuestra, nos sorprendemos cuando sus imperfecciones salen a la luz y nos indignamos cuando nos ofenden.

El perdón es clave en toda relación humana; para mantener la unidad, la paz y la comunión, alguien debe pedir perdón o perdonar. Es imposible no lastimarnos unos a otros.

Meditaremos en tres elementos necesarios para el perdón:

  1. Dosis de realidad: somos pecadores

1 Juan 1:8 muestra con claridad que nos engañamos si decimos que no somos pecadoras. La Biblia es un espejo donde podemos observarnos como realmente somos.

Es indispensable que así como vemos con facilidad las fallas de los demás, también seamos conscientes de las nuestras. No somos mejores unos que otros porque nuestro comportamiento sea moralmente más correcto ni porque pecamos en diferente forma o grado. Si viéramos las cosas como Dios las ve, sabríamos que pecamos más de lo que nos damos cuenta o de lo que quisiéramos reconocer.

Entonces, si el veredicto de Dios es que todos hemos pecado, es irreal esperar perfección por parte de los demás. No nos debe sorprender que otros nos fallen o pequen contra nosotros, por eso, debemos ejercitarnos en el perdón porque las oportunidades de aplicarlo serán muchas.

John Flavel dijo que: «Es más fácil gritar con furia por mil pecados ajenos que matar uno propio.» Esto me confronta pues es realmente sencillo no querer perdonar a otros pero si quito la mirada de la otra persona y la volteo hacia mí, soy consciente de mi gran necesidad de santificación.

  1. Actitud humilde: primero los demás

La humildad es una virtud que Dios desea formar en nosotras. Él nos manda a imitar la actitud de Jesús quien vino a servir al pecador (Fil 2:3-8); y nos motiva a soportar humildemente a otros con amor, paciencia y mansedumbre (Ef 4:2-3).

Debemos conocernos a la luz de la Biblia para aceptar nuestras debilidades e imperfecciones porque la tendencia del orgullo es tener un alto concepto de uno mismo, y al recibir una ofensa −incluso al ofender− podemos estar pensando solo en cómo nos sentimos. Como diría C.S. Lewis: «La humildad no es pensar menos de ti, sino pensar menos en ti

Por tanto, perdonar o pedir perdón requiere de un paso de obediencia a Dios pensando más en lo que a Él le agrada y lo que bendice más a otros. Mantenernos humildes, creciendo en amor, agilizará nuestro corazón para extender gracia.

  1. Amor sacrificial: Evangelio

Dios trazó una maravillosa historia redentora caracterizada por el perdón. Toda la Biblia muestra cómo Dios fielmente ama a un pueblo infiel. El amor de Dios es sacrificial: entregó a su Hijo Jesús como sacrificio perfecto para ofrecer salvación y reconciliación a personas que no podíamos lograrlo (Hch 13:38-39; Ef 1:7; Ro 5:8), de modo que al arrepentirnos y confiar en Él, nuestro pecado es lavado con Su preciosa sangre.

Se nos otorgó perdón de una deuda que no podíamos pagar contra un Dios infinitamente Santo. Al pecar cometimos una ofensa infinita que requería un castigo infinito pero por amor, Jesús, nuestro sustituto lo pagó todo, asumiendo nuestra deuda y cancelándola para siempre (Col 2:13-14).

El perdón de Dios implica que Él no se aferra a nuestros pecados, no nos los “echa en cara”, no nos condena (Is 43:25; Ro 8:1). Un versículo que ha calado en mi corazón y me ha ayudado a perdonar es:

El que perdona la ofensa cultiva el amor; el que insiste en la ofensa divide a los amigos.

Proverbios 17:9 NVI

Existen dos opciones: perdonamos o insistimos trayendo a memoria lo ocurrido. He concluido que perdonar me libera del peso de cargar conmigo los pecados de otros.

Jesús enseñó y demostró el perdón como: cancelar la deuda y asumir su costo (Mt 18:23-35), eso requiere amor sacrificial. Entonces, si sigo repasando en una lista los pecados contra mí, serían como deudas vigentes que provocan división; por el contrario si perdono estaré cultivando el amor.

Además, en Colosenses 3:13 aprendemos que Dios ha hecho primero aquello que nos pide hacer: así como nos ha perdonado debemos perdonar. Esto no es opcional o condicionado por emociones; por más grande y dolorosa que sea la ofensa podemos decidir hacerlo impulsadas por el Evangelio, meditando lo profundamente amadas y perdonadas que somos para mostrar amor.

La Biblia habla muchísimo del perdón porque Su autor es el Dios Perdonador (Sal 86:5), Compasivo y Misericordioso. Cuando nos cueste perdonar, es a Él a quien debemos mirar para dejarnos conmover por un perdón tan grande e inmerecido y para imitarle en los momentos difíciles cuando recibimos heridas que demandan una respuesta perdonadora.

No hay que minimizar el dolor que sentimos cuando nos fallan o le fallamos a otros pues es real, y se necesita sanar. Pero no es que “el tiempo lo cura todo”, sino que hay un camino bíblico por recorrer para hacerle frente y ser transformadas por medio de Su verdad. Esto requiere de humildad y amor abnegado, sin Cristo como nuestro ejemplo, no sabríamos cómo hacerlo.

Perdonar es una oportunidad que no debemos desperdiciar para poder parecernos más a Dios. A veces podremos sentir que es muy difícil pero es posible. ¡Ánimo, Él promete ayudarnos siempre!

About Author

Es miembro de la iglesia Gracia Soberana Cartago, y sirve junto a su esposo David en el discipulado del grupo de jóvenes. Es Lcda. en Trabajo Social y Tec. en Administración de Empresas. Actualmente se encuentra cursando el diplomado en Estudios Bíblicos del Instituto Integridad y Sabiduría.