Desde Génesis 3, podemos leer en nuestras biblias que la imagen de Dios en toda la humanidad quedó distorsionada por causa del pecado que empezó a morar en Adán y Eva. De allí en adelante como mujeres, hemos decidido transitar por el cambio de la autosuficiencia, la autonomía y, de hacer todo para nuestra propia gloria y deleite.
Nada de lo que hagamos nos puede llevar a recobrar esa imagen y esa comunión que perdimos con Dios. El siguiente pasaje describe a la perfección nuestra condición de pecado:
Antes ustedes estaban muertos a causa de su desobediencia y sus muchos pecados. Vivían en pecado, igual que el resto de la gente, obedeciendo al diablo —el líder de los poderes del mundo invisible—, quien es el espíritu que actúa en el corazón de los que se niegan a obedecer a Dios.
Efesios 2:1-2
Todos vivíamos así en el pasado, siguiendo los deseos de nuestras pasiones y la inclinación de nuestra naturaleza pecaminosa. Por nuestra propia naturaleza, éramos objeto del enojo de Dios igual que todos los demás». Efesios 2:1-3 (NTV)
A pesar de esta terrible noticia y de nuestra condición caída y llena de desobediencia, nuestro maravilloso Dios toma la iniciativa de restaurar todo lo que perdimos en el Edén, incluyendo una identidad renovada y adoptándonos como sus hijas.
La palabra de Dios nos enseña que Jesús vino a restaurar lo que la humanidad arruinó. Cristo vino a mostrar la perfecta imagen del Padre Celestial, soportó el castigo que merecíamos por nuestro pecado, nos declaró inocentes de todo el mal que habíamos hecho contra nuestro Creador, nos dio una vida nueva y una nueva identidad.
Este maravilloso evangelio, esta buena noticia, nos hace vivir en completa libertad para cumplir nuestro llamado de ser una ayuda idónea o una contraparte esencial, un atributo de Dios otorgado sólo a nosotras las mujeres como parte de nuestra feminidad y para su gloria.
Es sólo por Cristo y su gloriosa obra que, al tener una imagen y una feminidad renovada, podremos ir descubriendo cómo expresarla en los diferentes escenarios, etapas o circunstancias donde estemos. Claramente esto nos llevará toda nuestra vida pues, esta obra necesita ser desarrollada en cada una de nosotras.
Sin embargo, en este proceso de vida debemos estar alertas y atentas a no desviarnos a extremos de ser controladoras o pasivas.
Las que hemos caído en el tema del control, tendemos a ver nuestra feminidad como una serie de tareas por cumplir, donde con ellas buscamos ganarnos el favor de nuestro Dios o de quienes nos rodean. Logramos modificar nuestro comportamiento pero no así nuestro corazón; vivimos siendo esclavas de nuestra propia capacidad de llevar a cabo este llamado, oscilando entre el orgullo o la desesperación según como sea mi desempeño.
Claramente si estamos en este extremo, no estamos viviendo en la esperanza y en la libertad que el evangelio nos da, como dijo Pablo en Gálatas 2:21b «si cumplir la ley pudiera hacernos justos ante Dios, entonces no habría sido necesario que Cristo muriera».
En esta situación nos resulta necesario recordar una vez más que, la justicia de Cristo se nos ha sido imputada. Nunca podremos ganarla por nuestras obras pues, solamente por Jesús somos presentadas santas y sin mancha delante de Dios; Él nos hizo libres de la esclavitud del orgullo y la desesperación, nuestra identidad y aceptación descansan en sus manos.
Así mismo, tenemos lo opuesto al control y es la pasividad, que es ese estado donde abandonamos nuestra responsabilidad personal, no teniendo la necesidad de esforzarnos por mostrar los resultados de nuestra salvación y feminidad restaurada.
Por no entender el costo del evangelio Cristo y su gracia inmerecida, no agradecemos su obra redentora y no obedecemos a nuestro Dios, sino que pecamos contra Él.
Pablo en su carta a los Filipenses les exhortó que «deben vivir como ciudadanos del cielo, comportándose de un modo digno de la Buena Noticia acerca de Cristo» (Filipenses 1:27a).
En otras palabras, si el corazón de nosotras como mujeres ha sido cautivado por el evangelio, entonces trataremos de vivir de una manera digna de este, pues atesoraremos ese regalo gratuito y buscaremos vivir una vida santa y en obediencia.
Si entendemos que no podemos ganarnos la salvación y que por la sangre de Cristo hemos sido compradas, sabremos que ya no somos más esclavas del pecado y de la muerte, sino que hemos sido adoptada en la familia de Dios, dándonos así el poder de su Espíritu Santo para vivir una vida digna del reino de Dios.
Dios nos creó con una identidad y una diversidad maravillosa, no para compararnos o envidiarnos entre nosotras, sino para que siendo nosotras mismas tomemos su regalo y lo reflejemos a través de nuestro llamado de ser ayudas idóneas para la gloria de Dios.